
Siria: el futuro de Fadi y Amir
Amir no tuvo tiempo de entender lo que estaba pasando. Un estruendo sordo, la tierra temblando con violencia, y luego el silencio—roto solo por el estrépito de los derrumbes y los gritos.
En febrero de 2023, tenía diez años cuando, en un instante, Karm-Dodo—el barrio de Alepo que había sido su mundo desde que nació—se convirtió en una pesadilla. Tras el terremoto, su casa prácticamente había desaparecido: inhabitable, reducida a un montón de piedras y escombros.
Su familia es numerosa: cinco hermanos. Amir es el penúltimo, y Fadi el menor, que en ese entonces tenía solo cuatro años. Son acogidos en la pequeña casa de unos vecinos: viven siete personas en una sola habitación. Su padre, que había sufrido un antiguo infarto, quedó con una discapacidad y no es completamente autosuficiente: sus necesidades hacen que la situación de emergencia sea aún más difícil de sobrellevar.
Amir pasa la mayor parte del tiempo en la calle: en parte para escapar, en parte en busca de ese juego y libertad tan esenciales para un niño de su edad. Su hermanito Fadi siempre lo sigue, imitándolo en todo. La calle se convierte en su hogar—y con ella, todos sus peligros: la droga, el trabajo infantil, las realidades duras de una Siria agotada por la guerra y el terremoto. Incluso los hermanos mayores comienzan a trabajar, intentando ganar un sueldo que les permita salir de esa situación.
Un día, la madre escucha hablar del Franciscan Care Center de Pro Terra Sancta en Alepo: un centro que ayuda a familias en dificultad ofreciendo apoyo práctico y psicológico, junto con actividades escolares y terapéuticas para niños víctimas del trabajo infantil. Al ver a sus hijos cada vez más expuestos, toma una decisión: se dirige al Centro y pide ayuda para reconstruir su hogar y volver a vivir como antes.
Cuando los voluntarios de Pro Terra Sancta hacen la inspección, encuentran una casa inhabitable y completamente saqueada por ladrones que aprovecharon su abandono temporal. No quedan muebles, ni cables eléctricos, ni tuberías: la casa ha sido despojada por completo, expuesta al frío del invierno. El equipo se pone inmediatamente manos a la obra: reconstruyen las paredes, refuerzan las que quedaron en pie, restablecen las redes eléctricas y de agua, e instalan nuevas ventanas para proteger del hielo que se aproxima. Cada día de trabajo es un paso fuera de la emergencia.
La casa vuelve a cobrar vida, se convierte en un lugar donde se puede estar bien. Amir y Fadi vuelven a dormir en sus camas, y miran, desde detrás de los cristales cerrados, la ciudad destruida bajo el viento invernal. Durante el día, en lugar de deambular por las calles entre ruinas, Amir vuelve a la escuela con una nueva confianza, gracias a la certeza de que alguien los acompaña a él y a su familia en esta situación de emergencia.