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Líbano: Raphaelle no habla

Emma Garroni12 mayo 2025

Desde hace dos años, Raphaelle no habla.

Vive en Beirut, tiene siete años, grandes ojos oscuros y cabello castaño… y no habla. Esta situación ha empezado a causarle varios problemas, especialmente en la escuela: no puede expresarse, y cuando los profesores le hacen una pregunta, se paraliza, como si no tuviera control sobre cuándo hablar o qué decir. Le cuesta articular palabras con claridad y, como resultado, se aísla, incapaz de hacer amigos. En clase, está a menudo sola, y su imposibilidad de responder ha provocado que se retrase en los estudios—tanto, que muchas veces ni siquiera asiste a la escuela.

Sus padres han intentado de todo para comprender el motivo de este silencio, para descubrir qué hay en la raíz de un aislamiento tan profundo—pero no han logrado entenderlo por sí solos. Así que llega el momento de pedir ayuda.

La familia de Raphaelle llega al Centro de Asistencia de Gemmayzeh un día de primavera. Allí, un equipo de psicólogos, terapeutas y profesores escucha atentamente la historia y las necesidades de cada persona, con el objetivo de diseñar un plan de acción específico y eficaz. La pequeña conoce a Nadine, una profesora que empieza a trabajar con ella en la recuperación académica; a Tatiana, la psicóloga que la recibe para una serie de sesiones individuales; y a Samanta, quien realiza terapia psicomotriz para conectar con Raphaelle a través del movimiento corporal—ayudándola a levantar ese peso tan denso que parece oscurecer constantemente su mirada.

Gracias al esfuerzo integrado del equipo del Centro, el silencio de Raphaelle comenzó a deshacerse, dejando entrever su origen: se hizo evidente que había sido profundamente afectada por el confinamiento total durante los primeros años de la pandemia de Covid-19—y que el golpe más doloroso llegó con la explosión del puerto de Beirut en el verano de 2020.

El trauma causado por estos eventos dejó heridas psicológicas profundas, provocando ansiedad e hiperactividad: una lucha constante por concentrarse, una imposibilidad de quedarse quieta. El mundo a su alrededor se convirtió en un torbellino en el que ya no lograba encontrarse. Pasar meses encerrada en casa solo intensificó la sensación de girar sola en ese caos.

Hoy ha pasado un año desde que llegó por primera vez al Centro. Gracias al apoyo y cuidado integral que recibió, Raphaelle ha vuelto a la escuela. Un año atrás, no miraba a los ojos; parecía no estar realmente presente, desconectada de todo lo que la rodeaba. Pero en los últimos meses ha comenzado a abrirse a los demás, especialmente a sus compañeros: interactúa, juega e incluso habla un poco. No solo asiste regularmente a clase, sino que además obtiene buenas calificaciones. Es un logro enorme para una niña que necesita desesperadamente comunicarse, hacer amigos, sentirse parte de algo.

Clave en este avance ha sido el vínculo de confianza que la madre de Raphaelle eligió construir con los terapeutas del Centro Pro Terra Sancta. Recibió cada consejo sin sospechas ni actitudes defensivas—sin dejar que el miedo a ser juzgada como madre se interpusiera entre ella y la recuperación de su hija. Gracias a esta apertura, el recorrido educativo y terapéutico continuó sin interrupciones durante todo el año, tanto en el Centro como en casa, creando un entorno sano y acogedor que permitió a Raphaelle sentirse segura, acompañada y cuidada.