
Preservar el Santo Sepulcro
Imagina un lugar donde la fe está inextricablemente entrelazada con la historia, donde las piedras hablan de acontecimientos que han moldeado el curso de la humanidad. Ese lugar es la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén: no solo un edificio, sino el testimonio tangible de los momentos más cruciales de la historia cristiana y de la civilización occidental.

Según la tradición cristiana, aquí se encuentran los últimos y fundamentales lugares de la vida terrenal de Jesucristo: el Gólgota, donde fue crucificado, y el Sepulcro, donde fue colocado y de donde resucitó. Entrar en la Basílica es como viajar a través de los siglos y las civilizaciones: el aire está impregnado de incienso y de oraciones susurradas en distintos idiomas. Ver a los fieles arrodillarse, besar la piedra y ungirla con aceites perfumados es una experiencia profundamente conmovedora, un vínculo directo con el dolor y la piedad de aquel momento.
Lo que hace aún más fascinante al Santo Sepulcro es su compleja administración, confiada desde hace siglos a diversas confesiones cristianas —griegos ortodoxos, católicos armenios, franciscanos, coptos, siríacos ortodoxos y etíopes— bajo un delicado equilibrio conocido como el “status quo”. Esta convivencia, a veces difícil pero ancestral, refleja la riqueza y diversidad de la Iglesia universal: la Basílica no es solo un conjunto de lugares sagrados, sino un organismo vivo, cargado de historia, arte y espiritualidad. Cada rincón, cada icono, cada lámpara votiva cuenta una historia ininterrumpida.
Este lugar también necesita cuidados, al igual que nuestros demás beneficiarios: en Pro Terra Sancta llevamos mucho tiempo comprometidos con la financiación de excavaciones y restauraciones que han transformado el Sepulcro en un taller vivo, donde la preservación del patrimonio cultural que representa se une a la formación y empleo de mano de obra local. De hecho, el corazón de nuestros proyectos de Conservación y Desarrollo está aquí: hacer de la protección de los sitios de Tierra Santa una oportunidad de crecimiento y trabajo para el lugar mismo y sus habitantes, contribuyendo a la estabilidad social y económica de las comunidades y promoviendo valores de identidad y pertenencia.
Nuestro objetivo no es restaurar un museo, sino devolver la vida a un lugar que constituye un corazón palpitante tanto en lo religioso como en lo histórico y cultural. Y, así como el corazón necesita un cuerpo que lo rodee y lo mantenga vivo, proteger el lugar significa salvaguardar y ayudar a todas las comunidades que viven allí y lo mantienen vivo.
De esta manera, la historia del Santo Sepulcro se convierte en la historia de Osama, el arquitecto que inició nuestro compromiso con la conservación de la Basílica; se convierte en la historia de Bashar y de los demás restauradores que repararon los preciosos mosaicos que cubren su suelo. Se convierte en la historia de todos los especialistas, trabajadores e incluso jóvenes estudiantes en formación que han contribuido a la vida y la “salud” de este lugar sagrado, y también de todos aquellos que, con su generosidad, lo han hecho posible.
Porque proteger los Lugares Santos es el primer paso necesario para preservar la memoria y generar desarrollo en los países donde operamos.